El pasado viernes, 5 de agosto, nos reunimos con Miguel Vélez, apicultor con más de 30 años de experiencia en el sector. Dispone de colmenas en la Omaña Alta, y también tiene varios asentamientos en su pueblo de toda la vida y que, de hecho, es donde vive actualmente: en Formigones. Fue precisamente allí donde nos citamos para conversar, como siempre, sobre la apicultura de la Reserva de la Biosfera de los Valles de Omaña y Luna, las opciones que él ve en el sector de las comarcas como medio de vida, entre otra gran variedad de cosas.
Hablar con Miguel implica empaparse de una cantidad ingente de conocimiento, pues además de apicultor, es biólogo, gran naturalista y muy buen observador de los ciclos integran la naturaleza: «me gusta la naturaleza y es un campo que me atrae más que otras ganaderías, porque esta actividad implica meterte más en la naturaleza y a conocer los ritmos naturales».
Es común ver su nombre en numerosas charlas de apicultura en las que comparte todo el conocimiento que ha ido adquiriendo a lo largo de los años. De hecho, este verano podemos escucharle en La Ser cada martes, pues tiene una sección de apicultura en el programa Hoy por Hoy. También es docente en el único curso de capacitación profesional para el sector apícola disponible actualmente en la provincia de León. Y es que la formación en apicultura es muy necesaria, pues como bien dice, «antiguamente, había un conocimiento intuitivo y cultural en los pueblos. Cualquier señor de 80 o 90 años sabe cómo comportarse con un enjambre, por ejemplo; formaba parte de una cultura que hoy en día se ha perdido. Además, tenemos enfermedades que antes no había como la varroa, el cambio climático te obliga a hacer manejos diferentes, y el propio mercado demanda productos distintos: buscar mieles monoflorales, saber qué producto tienes, etc. Si no te formas estás perdido, tanto para empezar en esto como para mantenerte al día».
Miguel apunta que el número de apicultores profesionales y semiprofesionales —aquellos con una explotación de entre 16 y 150 colmenas— ha ido creciendo en los últimos años pero, por otro lado, destaca que «se está perdiendo la apicultura que antiguamente había en todos los pueblos y está ganando la de un perfil como el que podría tener yo, o gente más joven».
Mucha gente, no obstante, se embarca en esto sin ser consciente de que «es un trabajo físicamente muy exigente. Raro es el apicultor que no tiene artrosis en las manos, codo de tenista, hernias discales… Hay que tener en cuenta que, por poner un ejemplo, si una persona saca 8.000 kg de miel al año, ha tenido que mover todo ese peso varias veces, entre cargar alzas en el camión, llevarlas a la sala de extracción, etc».
«Entre lo que sacas de la venta de miel en una explotación pequeña, los gastos y reinversiones, te da para un sueldo humilde y a veces se hace complicado afrontar años de mala producción o inconvenientes de salud…». Todo ello hace que sea propio de esta actividad «ver mucha gente entrando, pero también otra tanta saliendo». Al final, aunque sea fácil iniciarse, «lo realmente complicado es hacer de esto una profesión».
Una vez analizada la evolución del sector en la provincia, pongamos en foco al consumidor: ¿se empieza a valorar la miel de calidad? Nos dice Miguel que «estamos perdiendo una generación que tiene una cultura gastronómica muy alta, la de la gente que actualmente tiene más de 80-90 años, y especialmente de las zonas rurales, que sabían que su vida dependía de lo que comían a diario, porque hace 50 años era complicado ir al médico en estos pueblos. Entonces, o consumías miel para los catarros y otras afecciones y hacías una dieta adecuada o ibas a tener problemas». Actualmente, en los países más desarrollados, «el consumo de miel per cápita está bajando porque es un producto complejo, que va variando año tras año, por lo que requiere cierta cultura consumirlo».
Cuando hablamos de las características que hacen a una miel de calidad, nos es inevitable mencionar que Miguel también forma parte del jurado de dos concursos de mieles: Mielolid y El Zángano de Oro. «Es un mundo que está empezando a desarrollarse a la sombra del aceite, el vino, etc., y que creo que puede servir para darnos buena imagen como productores». En este tipo de certámenes, «se valora que el producto sea coherente con lo que el productor está
vendiendo. Por ejemplo, si en la etiqueta de una miel figura que es de roble, debe saber a roble». Y esto se logra puntuando según una secuencia: olor, gusto, retrogusto, textura…
«Es un hecho que nos encontramos en la zona cero de la apicultura leonesa y casi nacional. En esta zona se concentran muchas de las mejores mieles de España en este momento». Y es que «el producto que tenemos es excepcional: mielatos mediterráneos justo al límite de la extensión del bosque mediterráneo. En el resto de Europa, son mieles más húmedas y muchas veces agrícolas».
Esto, dice Miguel, se debe a una razón muy simple: «aquí, en Omaña, tenemos una peculiaridad, y es que los robles “melan” por las bellotas y nos dan una miel negra, muy característica y muy singular, que supone el 90% de lo que hay en estas colmenas. Tenemos un invierno muy largo y un verano con una sequía muy intensa, y con la mela del roble, se posibilita que hagamos mieles monoflorales de calidad sin mayores preocupaciones».
Pero Omaña y Luna no se resumen a la presencia de robles: «tenemos bastante tomillo, aunque es complicado de aprovechar. También hay algunas zonas en las que creo que podría ser factible lograr mieles monoflorales de zarzamora. Luego, ya en Luna, que tiene suelos más ácidos, encontramos un tipo de brezo que florece en julio, la Erica cinerea».
Por último, «también tenemos cierto potencial de producción de una miel muy especial: la miel de calluna (Calluna vulgaris). Esta miel tiene una cualidad llamada tixotropía, que es que tiene una textura similar a la de la mermelada en estado normal, y se pone líquida cuando la bates, para volver a su estado inicial tras reposar.
A este brezo se le conoce en la Cordillera Cantábrica como «setembrina«, debido a que sus flores aparecen en septiembre, cuando ha habido tormentas de verano, por lo que no es posible su producción todos los años».
Es un hecho que la apicultura de la RBVOyL va ganando renombre y adeptos. Prueba de ello es la cantidad de colmenas que hoy día pueblan las comarcas que la conforman. De hecho, Miguel nos habla de que «comienza a haber mucha saturación, por lo que quizás habría que empezar a plantearse ordenar el sector».
«Hay una normativa marcada por la Unión Europea, por el Estado Español y muy singularmente por la comunidad autónoma, en mi opinión, pensado para la apicultura de hace 20 años. La apicultura ha cambiado mucho desde entonces, por lo que creo que habría que hacer estudios más precisos de la capacidad de carga de los hábitats para determinar el número de colmenas permitido en cada caso concreto. También considero que habría que ser más estrictos con la caracterización de las mieles en las IGPs —Indicación Geográfica Protegida— que se están desarrollando. El producto que venden se homogeniza mucho y no representa al que hacemos aquí, de paraje y de autor». Pero esto no acaba aquí: «actualmente, tenemos un problema con la trashumancia: camiones enormes que vienen del sur, te plantan cientos de colmenas al lado y pueden traer problemas. Habría que buscar la forma de hacer una ordenación más racional y estricta».
Miguel pone sobre la mesa otras muchas ideas que nos parece interesante debatir a la hora de potenciar el sector de la RBVOyL: «como ya bien se viene haciendo, dar una imagen de marca, que yo asociaría especialmente al oso, puesto que es una especie con la que convivimos y no existe otra que se pueda identificar más con la apicultura. Me parecería interesante habilitar algún canal por medio del cual la Reserva articulase un sello para la venta al por mayor, a mercados como el alemán y de forma que cada uno se comprometiese a servir una cantidad de miel al año, y que nos ofrezca la garantía de que nuestras mieles no se van a mezclar con otras de peor calidad, como ya ocurre con algunas grandes envasadoras ibéricas».
Otro aspecto a tener en cuenta es el científico y de investigación: «los apicultores queremos saber mucho, y aunque muchas veces nos es inviable investigar, podemos ayudar a orientar los estudios tan variados que se pudieran llevar a cabo. Esto nos serviría como productores a poner en imagen nuestras mieles en sitios lejanos, a la par que nos da herramientas para manejarlas».
El grave riesgo de incendio también es «un problema muy grave que tenemos ahora. Por un lado, que ardan tus colmenas, y por otro, que ardan las masas de roble de las que saca la mielada, que tardarían muchos años en volver a melar».
Respecto a la convivencia con la fauna autóctona, Miguel aprovecha para hacer una declaración final a favor del oso: «en las colmenas que tengo en Alta Omaña, hay presencia constante de oso, pero en las de mi pueblo, Formigones, todavía no. Aunque ya he visto huellas a 50 metros de mis colmenas, yo no he sufrido ataques todavía, y estoy deseando que se asiente también aquí. Lo deseo por un tema de conciencia ecologista, porque es una pieza más del ecosistema, pero también por una razón egoísta: pondría buena imagen a mi miel. Todos los que tenemos miel en zonas oseras, lo comentamos; es humano ver tus colmenas tiradas por el suelo, muertas, y que te duela. Pero a la larga nos beneficia. También porque terminaría con las colmenas que están abandonadas o semiabandonadas, o incluso ayudaría a luchar contra la trashumancia no regulada. Al final, cuando el oso se asiente en todo el territorio, solo vamos a quedarnos los que realmente queremos estar aquí. Yo tengo las colmenas a 400 metros de mi casa y las puedo proteger con un pastor eléctrico. Es más, es una posible idea que podría sugerir a la Reserva: imitar las iniciativas del Pirineo Francés, donde la propia Reserva tiene una cuadrilla específica e instala los pastores eléctricos, porque no es fácil montar una buena defensa de un colmenar y que funcione. El pastor eléctrico, además de estar bien instalado, tiene que funcionar las 24 horas durante los 365 días del año. A veces se descarga porque se cae un árbol sobre los hilos, crece la vegetación y hay que desbrozarla cuatro o cinco veces al año, etc».
Somos Agua II cuenta con el apoyo de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR), financiado por la Unión Europea – NextGenerationEU.